Ficha Shinjuku Outlaws


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Críticas de Shinjuku Outlaws (1)


Mad Warrior

  • 19 Oct 2022

6



Cuando Yomi entra en la oficina del clan Okumura su aura es distinta a la del resto si bien no deja de ser un yakuza. De tomo y lomo además.
Cuando ellos amenazan con pistolas él defiende el código con el autosacrificio habitual, a punta de navaja. Es el honor de un nativo de Hiroshima, mucho mayor que el de uno de Shinjuku.

Y es la guerra yakuza, tan vieja y contada, y si hay alguien que supo preservarla durante la década de los 90 ése fue sin duda Takashi Miike (también lo harían otra decena de cineastas, pero no con el mismo ahínco ni entusiasmo). Cuando llega el momento en que le encargan ¨Shinjuku Outlaws¨ tiene 34 años, una carrera dentro del negocio del ¨V-Cinema¨ en pleno despegue y aprovechando esto con toda la libertad de la que goza (la cual, en estos días, parece un tanto restringida); sin embargo no tiene, a gusto de quien escribe y a excepción de ¨Oretachi wa Tenshi janai¨, ni un solo título que destaque como es debido.
Se podría decir que este pequeño relato de sabor clásico, inspirado en la novela de mismo nombre del legendario productor y guionista Tomoyuki Tanaka, será el pequeño paso adelante para cambiarlo todo. Se inicia bajo un color mucho más lúgubre y apagado que el acostumbrado en las películas del de Osaka, el marcador de pisos de un ascensor figurando la aguja de un reloj que corre en contra de alguien, un jefe moribundo en la habitación de un hospital, elementos que simbolizan una tragedia próxima. No en vano queda anunciado el fin de la era Showa...

Cuando Shoichi se dispone a vengar a su oyabun, ésto no sólo marca el posible fin de su vida, sino el fin de una década y el principio de otra distinta. La resurrección y vuelta del yakuza a la sociedad es conocida en el género, y una de las razones es que sirve para señalar los grandes cambios que se han producido en ella; de pertenecer ¨Shinjuku Outlaws¨ a los tiempos de Gosha, Ozawa o Fukasaku, el protagonista se apartaría en los 60, era de expansión económica, para volver (bien de prisión o del hospital) en los 70, marcados por la crisis del petróleo.
En este caso es abatido en los 80 para despertar en los 90; todo tiempo pasado fue mejor para un yakuza, y esta atmósfera de soledad y melancolía está presente de principio a fin. Como era de esperar aquél, tras una secuencia de ¨resurrección¨ similar a ¨Difícil de Matar¨ (estrenada poco antes y con la que comparte algunas semejanzas), es un extraño en este lugar pasto de las secuelas del estallido de la burbuja económica, las deudas económicas inabarcables, el pánico social (aquel 1.994 los Aum Shinrikyo ya comienzan sus andadas con el gas ¨sarin¨) y la inmigración masiva, que pasará a ser el tema esencial de la historia.

La cruzada de Shoichi por encontrar a su compañero Eto y a la mujer del jefe, Ayumi, le lleva a los confines de Shinjuku, donde operan mafias muy diferentes, y además de nacionalidades mezcladas; la visión de Tanaka sobre este problema es tratada por el director con la suficiente humanidad como para no ser tachada de reaccionaria ni racista. La urbe del Kabuki-cho, cultivo de un rico mosaico de razas: coreanos, chinos, vietnamitas y taiwaneses, señalados como los peores; lejos de la mafia de Fang y sus crueles maniobras contra los nipones, tenemos a un exiliado peruano o a una prostituta filipina (la premiada y hoy olvidada Ruby Moreno), arrastrados a ese mundo criminal únicamente por la pura supervivencia.
Encarnado por Hiroyuki Watanabe cual moderna combinación de Bunta Sugawara y Tatsuya Nakadai, Shoichi avanza sin descanso entre yakuzas deshonrosos y traidores, clanes a punto de ser destruidos necesitados de un cabeza de turco o policías amoldados a ese ambiente de violencia y corrupción sin límites (ese cínico Tagami, a quien da vida el otrora cantante y actor y ahora político Kiyoshi Nakajo), y avanza como el caballero de una ¨ninkyo-eiga¨ en toda regla, con su honor intacto allá por donde pasa. Mientras, mafias nativas y extranjeras bañan de sangre las calles, y las ¨fuerzas del orden¨ miran a otro lado esperando a que se maten cuanto antes mejor.

Un protagonista romantizado frente a un infierno de amoralidad, cobardía y mentira, de esta forma prevalece el tributo desde su vertiente crepuscular (la que por esas fechas trazaron Kitano e Ishii con ¨Sonatine¨ y ¨Gonin¨). Goza de estridencia, nervio, buenos estallidos de violencia cruda (recordemos la secuencia de agresión a la prostituta, mucho más extensa e incómoda que la de ¨Amor a Quemarropa¨, de la que parece influenciarse), pero esta es una aproximación nueva para Miike, sin desvíos al delirio, sin extravagancias, salvo por instantes puntuales (¿criminales bailando a la vez que asesinando en plena calle?, sí, por favor).
Rematada con un clímax, si bien la mar de absurdo (un coche no vuela por los aires con un disparo, porque esto no es una película de Stallone, demonios), también absolutamente desesperanzador, perfecto para la década, ¨Shinjuku Outlaws¨ es todo un preámbulo, un cristal, aún de aristas sin pulir, en el que habrán de reflejarse ¨Ambition without Honor¨, ¨Agitator¨ o la gran ¨Cementerio Yakuza¨, con las que aquél homenajearía las fábulas yakuza de antaño desde una perspectiva dramática y oscura, inteligente y clásica, entre otros títulos que serán meras parodias aberrantes y disparatadas.

Pero en efecto las aristas están sin pulir, la filmación en vídeo deja al descubierto una forma fea y rudimentaria, por no hablar de los agujeros del guión o personajes que se supone cuentan con un peso en la historia y luego parece que no están, o sí, o no, caso de los desaprovechados Jung-Il ¨Hakuryu¨ Jun o Yumi Iori.
El afán del director por perfeccionarse en dicha forma de mirar al género gangsteril pronto se reforzaría con ¨The Third Gangster¨, por cierto su primera obra estrenada en cines.



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